Quería
sentirme normal: empecé terapia. Como todas esas cosas que la gente hace, que
un día las empieza y quizás no tienen un final puntual.
Me gusta
empezar cosas. La emoción de empezar algo nuevo es hermosa. Yo me siento
importante, querida, aprobada, por mí, lógicamente. Empezar algo es tomar una
decisión que puede cambiar el transcurso de los acontecimientos.
También
sirve para empezar otras cosas, como conversaciones: donde yo empiezo diciendo
“Hoy empecé terapia, qué bueno, ¿no?” Y entonces empiezan las preguntas y las
respuestas y todo lo que una conversación relativamente amena conforma.
Opiniones, consejos que da pero no se piden y así… Hasta se puede llegar a
empezar otra cosa desde esa conversación, por ejemplo, empezar a fumar, o
empezar a reírse o a llorar, cosas que, si o si, van a tener un fin en el corto
plazo.
Resulta
que, encima de todo, ahora tengo algo nuevo que me rige. Este señor lo sabe
todo, todo lo más profundo y, contra mi consciencia, me permite empezar y
terminar todo lo que yo quiero. Es alguien que me vigila y muchas veces hace
por mí lo que yo no haría. Como un hermano, un mejor amigo o mejor enemigo, de
esos que mejor tenerlos cerca.
¿Y cuál
es el problema de todo esto? Que uno tiene que continuar, porque de lo
contrario dicen que no tiene sentido comenzar nada.
Siempre
me gustó empezar conversaciones, sea con una pregunta y con un comentario que
poco importa, pero dando pie a una larga conversación en la que yo, obviamente,
no iba a participar.
El mejor
método es preguntarle a alguien por algo que el resto no sabe pero escucha,
porque de esa manera, yo inicié el diálogo, pero el protagonista pasa a ser
alguien que quizás no tenía intenciones de hacer comentario al respecto, sin
embargo, el resto, no lo dejará en paz. ¿Cómo te fue en acupuntura? Muy bien.
Ah! ¿Hacés acupuntura? Si ¿Y te clavaron toda? No, aca, aca, aca y aca. ¿Pero
eso qué hace? Y… te alivia… Y así sigue la descripción de una historia que
empecé yo.
Pero con
la terapia, lo que pasa es que uno se va enredando en preguntas y respuestas
hacia uno mismo, frente a una pared con brazos y ojos que repiten ajá. Y
entonces mi amigo se hace presente y no para de reírse. Se divierte tanto.
el comienzo del fin... ese sería un buen título para el libro, y esos párrafos el prólogo! Claramente el espacio de la terapia es el lugar donde como dice Gasset..."Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión."
ResponderEliminarGracias por los datos y las sugerencias, pan con limon.
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