lunes, 14 de mayo de 2012

mambos notables


A Eze y Luna, amigos y músicos
La cabeza de un genio no está más allá, está más acá.
Escriben sobre los detalles que nadie se detiene a mirar, exprimen esos detalles y encuentran magia en los alfabetos.
Uno, hace tiempo, inventó una sucesión de sonidos y lo nombró rock, otro buscó historias en lo cotidiano y por su culpa se muere gente en hospitales de siete pisos, otro empezó a despilfarrar tachos de pintura en hilos y ahora es parte del expresionismo, otro más, por mirar desde otro punto de vista, revolucionó la tecnología.

Mi obsesión la saben todos: son los músicos. Esos de verdad, claro, pues no alcanza con tocar bien un instrumento. Ser músico es un concepto muy amplio que tiene que ver no sólo con las aficiones y habilidades, sino con una personalidad compleja, obsesiva, detallista y poco social.
Un músico no tiene porqué saber de música, sabe lo que le enseñaron y lo que investiga y todo lo que vos le preguntes sobre temas ajenos, son estupideces. Lograr que un músico preste su oído para escuchar los tres minutos y catorce segundos del tema que le querés presentar, es un milagro. Seguramente a los diez segundo, ya está poniendo cara de Marge.
Su mente viaja en un universo paralelo, que va de blancas a semifusas (un subconcepto más complejo aún). Piensen que esta gente usa más su oído que su vista. Es decir, la vista es funcional, el oído fundamental y prioritario. Entonces, al tener ese sentido más desarrollado, es como si todo les apabullara.
Cuando uno le habla a un músico, tiene que procurar hacer preguntas dentro del discurso, porque seguramente el notable interlocutor, esté pensando en otra cosa.
Porque la música es tan perfecta que obsesiona.
Hay muy pocos músicos que prestan atención a lo que hablan con un no músico (así es que se divide el mundo: músicos y no músicos). Quiero decir, cuando un músico les dice que va a hacer algo, sea lo que sea ese objeto directo, traten de eliminar esa promesa de su lista. Porque la característica principal de un músico es el olvido, el cuelgue, mejor dicho.
Y yo pienso, es músico, dejá, yo lo hago. Vos hacé lo tuyo, que yo me encargo de lo humano y mundano de la vida cotidiana.
El verdadero músico baila mal. Dice que no le gusta, pero en realidad baila mal. Porque para bailar, no solo hay que seguir las negras, sino jugar con ellas, y la postura de músico no colabora con ese arte y hasta es subestimada por esa gente superior.
El instrumentista puede escuchar una canción un millón de veces y nunca se va a aprender la letra. No puede, es como si su cerebro se acotara solo y exclusivamente a escuchar cada instrumento y el tarareo remplazara todo lo que al autor le contó encontrar cada palabra para cada verso.
Y no olvidemos el lenguaje del músico: no tiene relación con un país de origen, sino que saben un código internacional exclusivo y muy claro, como un ciego o un buzo o un niño. Esos lenguajes que aíslan a todo aquel que no lo conoce. ¿Cómo no van a pertenecer a otro mundo?
Un día un músico tiene un problema: no puede reproducir eso que dice el pentagrama con sus dedos. Qué problemón. Y no puede sacarse es idea de la cabeza, repite repite repite hasta que lo logra. Nadie repite tanto algo como un músico.
Cómo los quiero, como los admiro, como los envidio, por ser tan jóvenes y divertidos  eternamente. Por olvidar, por no preocuparse por aprenderse ni interpretar palabras. Gracias por hacerme feliz con su hermosísima melodía.


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