jueves, 12 de julio de 2012

mambos que pasan


En el medio de un océano infinito, hay un barco que baila jazz hasta altas horas de la noche. Luego viene el silencio, todos duermen y sólo se escucha la música de la marea. En ese preciso instante, se cae un cuadro. Y nadie lo escucha.

Un hombre camina kilómetros por un campo de frío, llevando comida a sus hijos, que están enfermos de tristeza. En ese momento mira hacia el cielo y descubre la luna, y siente deseos de tocarla.

Dos chicas, que hablan un idioma incomprensible, juegan a ser diferentes en un bar de una ciudad ruidosa y bordeaux. Justo cuando alguien sube el volumen de la música, ellas se besan.

Tres nenes con boinas y zapatitos rotos piden plata a cambio de canciones a la salida de la estación Montparnasse, no dejan de cantar hasta que uno de ellos pierde el ritmo del canon al distraerse por acariciar un perro.

Cuatro ancianas olvidan su pasado próximo en una sala ya colmada de silencio, clavan sus ojos en alguna arruga ajena o en las lineas de las baldosas turquesas o en la pata rota de la mesa, y ahí se quedan, hasta que un de ellas ni siquiera respira.

Una chica se dispone a dormir, busca la crema y la unta en sus manos, prende la estufa y apaga la música. Lucha contra el sueño mientras se pierde en ficciones ajenas que le resultan mucho más interesantes que su vida. Y aparece él en su historia. Y es en ese instante, en que se duerme sonriéndole.

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