domingo, 13 de mayo de 2012

mambos de un día


Se despertó tarde, ya no había manera de llegar a tiempo. Así que no se alteró. Tranquilo empezó a vestirse y con toda la calma del mundo en su pecho salió del edificio emblemático.
Se dio cuenta que no quería llegar a destino, entonces empezó a detenerse en cada detalle de la calle: la vereda y los edificios que se abalanzaban sobre él. Miró a la gente, que desde el colectivo mira a los transeúntes. Y como no era tan temprano, Buenos Aires era hermosa,  casi pacífica y hasta campestre. Sonrió y dijo te amo.
Y caminó enamorado, cantando, sonriendo y hasta dando unos saltitos estúpidos. Nadie advirtió su felicidad.
Llegó a destino y vió que la gente estaba concentrada en mirar las pantallas, abstrayéndose de todo lo que había fuera de ella. Y se acercó a esa mujer que hablaba por teléfono, todavía dormida y le dijo te amo y se fue a su escritorio.
Y así fue regalando gratuitamente esas palabras, sin pensar en las reacciones ni las respuestas.
Fue a comprar cigarrillos y al quiosquero le de dijo te amo, nunca te voy a olvidar. Caminó por la calle, con una mano fumaba y con la otra sostenía las llaves en el bolsillo. Levantaba una ceja con cada pitada sabiendo que ese simple gesto lo hacía más atractivo y al terminar cada conversación decía te amo, como si esas dos palabritas tuviesen infinitos significados, como si abarcaran todo el vocabulario necesario para la comunicación en cualquier situación.

2 comentarios: