lunes, 30 de julio de 2012

No sólo dos mambos de colores

Dos mujeres iguales: la misma cara hermosa, la misma boca, los mismos ojos negros y grandes; la misma estatura y las mismas manos. El mismo corte de pelo: carré y flequillos hasta los hombros. Sólo tenían una diferencia: una era morocha y la otra rubia.
Se odian y se envidian tanto como se necesitan, es como si su belleza creciera por ese odio a la otra. Están hermosamente enojadas siempre.

Son esas mujeres lindas pero con facciones duras, que parecen de plástico o de porcelana; que inhiben.
Están en un bote de madera, sin hablar. Ese silencio resalta algunas diferencias más entre ellas: la morocha tiene una veta tierna, que la hace disfrutar del paisaje, mientras la rubia no ve la hora de pisar tierra firme.
Reman y se dejan llevar por la corriente. La rubia controla el tiempo y la morocha el espacio. Y juntas la velocidad es perfecta.

De repente, sienten una brisa helada, una sonríe, la otra frunce la boca –ya sabemos qué sujeto corresponde a cada acción. Se congelan. No pueden moverse y el bote sigue su camino por el río. Sólo ellas están detenidas.
Un pájaro se posa en la pierna de la morocha y ella vuelve a sentirse, y se siente muy feliz. Y ve a su gemela petrificada, con esa cara de princesa vacía.

La morocha se levanta, ahí, se para en el barco y empieza a saltar de alegría, y grita y nada la escucha, y levanta los brazos y nadie la ve, y salta otra vez. Y cuando cae siente que el barco está más liviano y que la velocidad aumenta.
Y que ya no hay nadie que controle el tiempo.

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