lunes, 29 de octubre de 2012

mambo bajo tierra

A Alejo

Salí con tiempo hacia el centro de la ciudad. Esperé el subte en la terminal y milagrosamente logré sentarme. Me empezó a faltar el aire antes de que arrancara ese tren subterráneo donde ya no cabía ni una letra. Me saqué el tapado rojo, lo doblé y lo puse sobre mis piernas, debajo de la cartera. Saqué el Ipod, elegí una banda, cerré los ojos y empecé a hacer la mímica de los violines.

En la primer estación, el tren se detuvo de golpe y mi cabeza golpeó el hombro del chico que estaba al lado mío. Yo tenía los ojos abiertos, por lo que pude ver su remera verde con un dibujo y un libro: cerrado y dado vuelta. Solo se leía la contratapa, pero no alcancé a ver de qué se trataba.
Volvió a arrancar el subte y yo volví a cerrar los ojos. Retomé las notas musicales. Me golpearon con una bolsa, de esas duras de ropa y abrí los ojos malhumorada. Tuve que pasar la vista por la falda del chico para mirar a la mujer que me había golpeado. Y como me interesó más el libro, ahí se quedaron mis ojos.

No sabía lo que estaba leyendo, no había visto el título, pero lo estaba abriendo, lo estaba empezando. De todas las situaciones de la vida, él había elegido un martes a la mañana en un subte repleto de gente que viaja entre almohadas y pesadillas para empezar a leer un libro.
Disimulé y empecé a leer el libro con él. Traté de acelerar la lectura. Leí una página y justo cuando terminé la segunda, dio vuelta la hoja amarillenta. Seguí leyendo, sin dejar de desear que él se bajara en mi estación, pensando en que tal vez podría preguntarle cuál era ese libro que tanto me había atrapado. Cuarta hoja, llegamos juntos, da vuelta, seguimos leyendo. Evidentemente teníamos el mismo ritmo.

Aproveché una distracción suya para ver en qué estación me encontraba: todavía faltaba bastante, podía leer unas páginas más. Sexta, octava, décima. Dio vuelta.
Me pareció que a él también lo había atrapado la historia, parecía que quería terminar el capítulo antes de bajarse. Seguíamos al mismo ritmo, pasaba las hojas.

Yo casi no podía disimular, estaba haciendo un esfuerzo terrible por no girar la cabeza y leer solo girando los ojos para no invadirlo. Esta vez terminé antes que él. Y lo miré. Estaba muy concentrado, tenía pelo corto con rulos, anteojos de esos que casi no se ven. Era un hermoso chico. Miré su boca, estaba relajada.
Pasó la página y volví al libro. Estaba por terminar el capítulo. Entró un cantante al vagón, los dos lo miramos y aproveché para descubrir que en la próxima estación tenía que bajarme. Dudé. Noté que él ya había vuelto sus ojos al libro, terminaría antes que yo si no me apuraba. Así que me acerqué e intenté seguir. Pero el cantante empezó a tocar la pandereta y me distrajo. 

Cuando terminó, pude volver a la página, adelanté la vista dos párrafos, sin dejar de pensar que me tenía que bajar. Empecé a transpirar, me di cuenta que estaba apretando muy fuerte el abrigo y mis manos se había teñido de rojo.
Llegamos a mi estación. Me quedé sentada, él quiso saber dónde nos encontrábamos: me preguntó y le respondí. Nos miramos a los ojos como quien dice uno, dos,¡tiempo! Y seguimos leyendo. Él me espero y lo alcancé.

Una escena muy graciosa nos hizo reír a carcajadas. Volvimos a mirarnos: éramos cómplices. Volvimos al libro, buscamos el punto donde habíamos dejado, él lo marcó con el dedo y retomamos la carrera.

Ya no quedaba casi nadie en el vagón, terminamos el libro satisfechos: un final inesperadamente perfecto. Ahora, a trabajar. Salimos del subte a la calle. Lo vi subir las escaleras mecánicas. En la calle, la luna brillaba como nueva.

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