Daría cualquier cosa por tener al lenguaje verbal como una
opción para comunicarme. Y si así fuera, no lo elegiría. Al escrito lo miraría
con melancolía y del hablado me reiría a carcajadas de lástima.
Existen los gestos y las miradas que dicen tanto. Las manos
son diccionarios sin sinónimos ni ambigüedades; las pestañas solo ocultan los
ojos y el cuerpo es la mayor enciclopedia.
Y no se necesita más. Se puede debatir con dos miradas, se
puede preguntar, se puede conquistar con el cuerpo, se puede negociar, se puede
viajar y hacer el amor sin decir nada.
Si no quiero, corro. Si quiero, me acerco. Si me causa
gracias, me rio. Si estoy triste, lloro. Si te amo, te admiro. Si me enojo,
junto las cejas. Y si odio no hay contacto. Si siento placer, me quedo.
Fortalecíamos muchos sentidos si dejáramos de hablar. La
vista, por ejemplo. Tendríamos que ser más atentos a los tipos de abrazo y a
los besos que regalamos por ahí. Nos miraríamos más a los ojos y nos
cuidaríamos más los oídos: escucharíamos solo música.
En fin, calculo que también sería complejo mentir; aunque seguramente
encontraríamos la manera de malgastar algo tan precioso, como lo eran las
palabras.
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