Una de las peores sensaciones que un ser humano puede sentir
es la impotencia. Ese momento terrible en el que se da cuenta que es solo un
ser humano y nada puede controlar ni cambiar por fuera de sí mismo. Como cuando
hay que seguir órdenes de los superiores, como cuando el bebé no deja de
llorar, como cuando él está enamorado de otra mujer.
La impotencia se mezcla con la bronca, que se confunde con
el capricho, que se define como la mayor manifestación de la falta de madurez o
como la obsesión adulta.
Se enamoró de otra. ¿Qué voy a hacer? Y nada, sigo con mi
vida y seré feliz con otro.
Ojalá pudiera pensar así. Pero no: quiero hablare y decirle
que me da bronca, que sé que no tiene sentido, pero que no puedo entender que
no me deje controlar su corazón.
Y va a pensa rque estoy loca, y si, pero no por pensarlo, sino por decirlo...
Y va a pensa rque estoy loca, y si, pero no por pensarlo, sino por decirlo...
Que yo quería bailar una vez más y para siempre, que yo quería que me miraras a mí...
Que pensé que podía tocarme como nadie
que podía descubrirme... pero no lo vió..
Que pensé que podía tocarme como nadie
que podía descubrirme... pero no lo vió..
Intento descargarme con este escrito y único que logro es
entender que yo esto ya lo sabía. Que lo percibí desde la primera vez que lo
vi. Y entonces soy culpable de mi impotencia y, por ende, la más hipócrita.
Pensé que casi me quedo, pensé que casi me entrego... casi... menos mal...
Un, dos, tres, un dos, tres, respiro. Se me aparece su cara,
su baile, su voz… Un dos tres… un dos tres cuatro… su mirada…
Basta, no se merece que llegue al cinco.
Lo anoto acá: seguir mi instinto. Puede ser aburrido, pero
me va a ahorrar estas sensaciones apestosas.
Un dos tres, yo sabía… Un dos tres… basta. Un dos tres… no
me mires… Un dos tres cuatro… anda, sé feliz… Un dos tres cuantro… volv…
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